Por Daniel Samper Pizano
(El Tiempo - Agosto 21 de 2010)
Es la crónica de una anulación anunciada. Cuando el gobierno de Álvaro Uribe pactó con Washington el montaje de bases militares en Colombia, numerosos abogados y comentaristas advirtieron que, al haber prescindido de la aprobación del Congreso y el control jurisdiccional, el acuerdo era un cadáver jurídico. La Corte Constitucional acaba de confirmarlo.
Temo que las mayorías oficiales lo resuciten en el Capitolio y perdamos así la histórica oportunidad de cerrar las bases con el más democrático de los pretextos, que es el régimen de Derecho. Pero lo importante es preguntarse cómo puede ser que un Presidente desoiga toda advertencia y firme un tratado anticonstitucional. La respuesta más probable es que nadie en la Casa de Nariño tuvo el valor de decírselo. Una placa en ese edificio transcribe la acertada frase de un prócer según la cual "el mejor amigo del gobernante es quien le dice la verdad". El temperamento napoleónico de Uribe necesitaba que se lo gritaran, no bastaba con tímidas miradas. Pero en torno a él solo florecían las sonrisas serviles y las voces de encomio.
Por falta de consejo o por sordera imperial, numerosas iniciativas se le cayeron al Gobierno en las cortes o salieron tijereteadas: el último decreto de conmoción interior, la Ley de Justicia y Paz, el Código Penal, el Estatuto de Desarrollo Rural (se negó tercamente a consultar a negros e indígenas) y aun el proceso de re-reelección, guiado a control remoto desde la Presidencia.
¿Quiénes asesoraban a Uribe, qué amigos verdaderos le cantaban la verdad? Pocos o ninguno. Lo rodeaban incondicionales y cortesanos. Todo se apoyaba en la popularidad que conquistaron la laboriosidad y el manejo de medios del Presidente y en su personalidad ("En su universo no hay sino un planeta rey: usted mismo", escribió Plinio Mendoza, uno de sus áulicos).
Ahora empiezan a reconocerse errores gordos del mandato pasado, como el de las bases. Era imposible no incurrir en ellos cuando alrededor del gobernante no existía un sistema de asesores capaz de llevarle la contraria y protegerlo, sino un coro fervoroso de aplausos. Pasarán a la historia nacional del sonrojo algunas páginas con las que lloraron la terminación del anterior gobierno cercanos adoradores suyos. Transcribo pocos fragmentos, pues la obra completa provoca náuseas:
Armando Benedetti: "Puede decirse sin exageraciones que Álvaro Uribe Vélez es un fenómeno universal de opinión pública literalmente irrepetible".
Ernesto Yahmure: "Culmina el mejor período presidencial de la historia de Colombia... La democracia ha dicho que era necesario un relevo en el poder. Aceptamos el veredicto y con el corazón compungido le decimos que lo vamos a extrañar. Difícilmente alguien podrá ser más querido y respetado por su pueblo".
José Obdulio Gaviria: "Finaliza la Presidencia más larga, enjundiosa, brillante y fructífera de nuestra historia. La Providencia nos regaló una inteligencia superior; un guía providencial para dirigir a su pueblo en la travesía del desierto... ¡Qué orgullo haber acompañado al presidente Uribe en su gestión; qué honor participar en la formulación de las bases históricas e ideológicas del cuerpo de doctrina que guio la esplendorosa transformación vivida por Colombia!".
Fernando Londoño Hoyos: "Como hombre de guerra ha sido inmaculado y como hombre de gobierno no tiene tacha... Su inteligencia es a veces ofuscante, desmedida, sin concesiones ni parcelas... Su memoria es desconcertante... Su fama crecerá 'como la sombra cuando el sol declina'... Parece nacido de la raza de los titanes. Es humanamente inexplicable. Otro como él no volverá".
Leyendo estos textos se convence uno de que el mayor mérito de Uribe fue haber gobernado en medio de tanta lambonería. Lo que no advirtieron los corifeos es que de titán a Titanic solo hay dos letras, y por eso se les hundieron tantos proyectos. Espero que sea cierto aquello de que el susodicho es "irrepetible" y que "otro como él no volverá".
Señores gobernantes: desconfíen de los aduladores. Estimulen la franqueza. Busquen contradictores. Agradezcan más las jodas que las odas.
Desde hace varios años, el autor del texto recibe comentarios a su columna encambalache@mail.ddnet.es