Monday, March 17, 2008

Simone de Beauvoir

nos describe la ciudad de ROMA


Es un breve fragmento de su libro La fuerza de las cosas,
en el que Simone de Beauvoir nos brinda su visión de la ciudad de Roma.
Se trata de una transcripción fidedigna del texto redactado por la autora en 1963,
con traducción de Ezequiel de Olaso.


"Roma brinda una ocasión aún menos frecuente: se disfruta a la vez el bullicio de hoy y la paz de los siglos. Hay muchas maneras de morir: hacerse polvo, como Bizancio, momificarse, como Venecia; o bien a la vez lo uno y lo otro: piezas de museo entre cenizas. Roma dura, su pasado vive: vive gente en el teatro de Marcelo, la plaza Navona es un estadio, el Foro, un jardín. Entre tumbas y pinos, la Via Apia sigue llevando a Pompeya; por eso no se termina nunca de descubrir a Roma: desde el fondo de los siglos aparece algo nuevo, en la frescura de cada instante, algo aparece delicioso. Clásica y barroca, tranquilamente extravagante, Roma une la ternura al rigor: ninguna afectación, ninguna languidez, pero tampoco nunca sequedad ni dureza. Y ¡qué gracia! Las plazas son irregulares; las casas son asimétricas. Un campanario románico está al lado de una torrecilla en forma de torta de bodas, y de estos caprichos nace una armonía; suavemente abovedadas, delicadamente más amplias, las explanadas más monumentales escapan a la solemnidad; las líneas de los edificios –una cornisa aquí, la arista de un muro allí- se encorvan y se arremolinan rompiendo la inmovilidad, pero sin estropear el equilibrio. A veces se impone la severa simetría de un dibujo, pero la austeridad de éste se encuentra suavizada por la plenitud de las líneas, por los ocres, los rojizos quemados y patinados que los cubren. La luz hace vibrar la palidez monástica de la tosca. Crecen hierbas entre los dedos de un pie de mármol. Roma. Se confunden verdad y artificio. Una estampa del siglo dieciocho blanca y chata retiene la mirada, se anima y es una iglesia, una escalera, un obelisco; por todos lados veo decorados de teatro que engañan maravillosamente mis ojos; pro sin embargo no, no mienten las balaustradas y las rocallas, las terrazas y las columnas son verdaderas. Una noche, a través de complicadas perspectivas vimos, como en el interior de una lapicera de fantasía, un simulacro de calle en donde caminaban minúsculos simulacros de hombres: y no era más que una calle muy cerca de nosotros; Roma. En cada esquina, en cada bocacalle, a cada paso, un detalle me solicita: ¿cuál elegir? Entre el follaje, al fondo de un patio un reloj sombrío con doble péndola horizontal, aguda, amenazadora, como un cuento de Poe; cerca del Corso, el barrilito de piedra adonde vienen a beber los enamorados; los patéticos delfines apretados contra los tritones cuyas mejillas se hinchan con agua, en la plaza del Panteón; y todas esas casitas, con su patio y su jardín, construidas sobre el techo de las grandes. Roma; sus caracolas, sus volutas, sus cuencas, sus pilas: por la noche, la luz transforma el agua de las fuentes en penachos de diamantes, mientras que la piedra chapotea, líquida, bajo el chorro de reflejos jaspeados. En el aterciopelado cielo nocturno, los techos color de sol moribundo dibujan arriates de estrellas; en el Capitolio se respira un perfume de pinos y cipreses que me dan ganas de ser inmortal. Roma: un lugar donde es necesario llamar belleza a la cosa más cotidiana.”




Cortesía de Transdisciplina creativa.