Hace 123 años, Robert Louis Stevenson escribió una novela sobre un profesor bondadoso, el doctor Jekyll, y un tipo pérfido, míster Hyde. Ambos eran el mismo individuo, pero, dependiendo de ciertas circunstancias, la personalidad alternaba de uno a otro. Siempre he pensado que la vida real escribe a diario una versión moderna de esta historia acerca del presidente de Colombia.
Hace pocos días nos visitó un grupo de parlamentarios británicos y sindicalistas norteamericanos. Querían conocer, sobre el terreno, las denuncias sobre violaciones de derechos humanos cometidas por el Gobierno. La misma semana, Uribe asistió a la Cumbre de las Américas, en Puerto España, donde se reunió con los mandatarios del continente.
Los dos acontecimientos acabaron con resultados opuestos. Al terminar su visita, los congresistas y dirigentes sindicales angloparlantes expidieron un comunicado donde manifestaron hallarse "en estado de shock" por los crímenes que se cometen a diario en el país. Una parlamentaria británica aseguró: "No tenemos dudas de que el gobierno colombiano y la fuerza pública son cómplices de los abusos de derechos humanos... Estamos convencidos de que las actividades asesinas de los paramilitares son aprobadas y apoyadas activamente por el Gobierno y el ejército". Luego de señalar que en Colombia se encarcela a "sindicalistas, miembros de la oposición y defensores de los derechos humanos", los firmantes amenazan con llevar a Uribe ante la Corte Penal Internacional.
Seis días después de la diatriba, la prensa publica el campeonato de popularidad de los asistentes a la Cumbre elaborado por una firma de encuestas. Ganador, por supuesto, Barack Obama, la gran esperanza galáctica. Segundo lugar, Álvaro Uribe Vélez. Sorpréndase aún más: a pesar de que Uribe vive peleando con sus vecinos y es el único gobernante suramericano que se fue a la guerra ilegal al lado del impresentable George Bush, ocupa el sexto lugar en simpatía en el conjunto de países.
Resulta difícil pensar que aquel Álvaro Hyde considerado por figuras políticas internacionales como un criminal aliado de paramilitares pueda ser el doctor Jekyll Uribe que gana medalla de plata en la categoría de apoyos domésticos y llega en el pelotón puntero de prestigio interamericano.
Pero así es. No conozco un fenómeno parecido. Hay dictaduras cuyos ciudadanos se dividen entre la idolatría incondicional y la paranoia oposicionista. No es el caso de Colombia, pese a sus quebrantos institucionales cada vez más hondos, la creciente anemia de sus resortes fiscalizadores y el nivel de violencia general que, aunque ha disminuido bajo los mandatos de Uribe, sigue siendo atroz. Aquí es posible adherir a cualquiera de las dos caras y leer en la prensa a defensores surrealistas del bondadoso doctor Jekyll Uribe tanto como virulentos atacantes contra el dañino míster Álvaro.
¿Cuál es el verdadero presidente de Colombia? ¿El doctor? ¿El míster? ¿Los dos simultáneamente? ¿Los dos, pero en dosis bastante más reducidas que las que esgrimen los partidarios de ambas imágenes? ¿Uno y otro, por raticos?
Yo me inclino a pensar que ni Hyde ni Jekyll. Uribe es una tercera persona ("La más extraña del mundo", según su propia esposa) capaz de acciones positivas, actos infames e inexplicables caprichos. Resulta difícil calibrarlo. Pero ya no me cabe duda de que tendremos cuatro años más para padecer a míster Álvaro o disfrutar del doctor Jekyll Uribe. Ah... por si quieren sacar conclusiones alegóricas, en la novela de Stevenson, míster Hyde acaba matando al doctor Jeykll.
ESQUIRLAS. Me extraña que el tropel uribista en el Congreso no haya optado por incluir en la Constitución la reelección indefinida y prefiera seguir retocando el articulito cada cuatro años, quizás porque así revuelve la pesca política. Puestos a emular con el gobierno de Hugo Chávez, hay que mostrar que Uribe lo tiene más largo.
cambalache@mail.ddnet.esDaniel Samper Pizano