Wednesday, June 1, 2011

Balaguer, muñequito de papel ...


La memoria es como los charcos de agua tras la tormenta, se asientan donde más les plazca o se acomodan a los espacios más adecuados para permanecer o evaporarse ante la embestida de los rayos solares y del propio tiempo que todo lo seca.

Así, mi memoria - sin todavía asomos de evaporación- recuerda la asunción al poder del doctor Joaquín Balaguer un primero de junio de 1966, hace hoy 45 años.

Ese día, se inició el funesto período de sucesivos gobiernos conocido como los 12 años de Balaguer, cortesano del dictador Trujillo y su ideólogo más relevante. Es Balaguer, sin lugar a dudas, uno de los líderes históricos del conservadurismo dominicano del Siglo XX.

Tenía 8 años y solo era un niño sentado en el suelo frente a un televisor que para mí semejaba una gran pantalla de cine Aparato de madera oscura y pantalla verde y cuya marca de fabricación supongo era Zenith o Admiral. Caja esencial para mi generación. Igual que los paquitos de Tom y Jerry, Rico Mac Pato y luego Fantomas.

No sé por qué los adultos de la casa querían que yo fuera testigo de la toma de mando de este pequeño hombre, delgaducho, vestido de riguroso frac negro, bandera nacional cruzada al pecho, gafas y expresión difusa en su rostro.

Me asaltan las dudas sobre si ese día se suspendieron las clases en las escuelas. Supongo que era de mañana y todas puestas en escena del Poder en el país se realizan un 16 de agosto, siempre a las diez de la mañana.

Aclaro de antemano que lo de “la expresión difusa en su rostro” se debe a que nunca sabré si las brumas en su cara correspondían a un particular sello de su personalidad o al hecho de que como niño al fin, lo que reflejaban sus gestos o lo que expresaran sus palabras no tenían para mí la menor importancia. No sé si eran fallas del televisor o aburrimiento infantil a la enésima potencia.

Si, solo estaba allí, sentado en el suelo, frente a un hombrecito que pronunciaba palabras tras palabras. Un hombrecito encajonado en una televisión que transmitía su escueta imagen en blanco y negro. Un hombrecito cuyas frases generaban aplausos entre los adultos sentados tras mis espaldas.

Años después me enteré sobre el contenido de esas palabras del hombrecito. Un discurso que convidaba a la población a construir un “nuevo amanecer de progreso y bienestar” junto a él y sus colaboradores.

A establecer en el país una “revolución sin sangre, sin odios ni rencores”, diferente a la revuelta cívico militar del año anterior que propugnaba por la vuelta del Presidente Bosch y la Constitución de 1963. Revuelta que luego devino en Guerra Patria.

A pesar de las promesas del hombrecito de una “revolución sin sangre”, más de 3 mil jóvenes murieron durante sus 12 años de gobierno, miles de artistas e intelectuales padecieron el amargo exilio, la brutal represión se hizo presente contra todo lo que oliera a “comunismo” que no era otra cosa que las ganas de construir un país menos excluyente, defensor de las libertades humanas y con mayor redistribución de sus riquezas hacia sus estamentos más vulnerables.

Los defensores de ese hombrecito también sostienen la misma defensa interesada de los que se beneficiaron del régimen de terror que encabezó Rafael Trujillo, cuyo ajusticiamiento hace 50 años celebramos para estas fechas.

Es la siempre perenne defensa de que los “logros y obras de Trujillo” dieron lugar al nacimiento del Estado Dominicano.

Falso. “Sus logros y obras” solo dieron lugar al enriquecimiento de él y su familia. Falso de toda falsedad, pues la muerte de 50 mil personas no justifica el nacimiento de ningún Estado, ya sea en Pekín como en Marte. Prefiero mejor que no quedemos sin Estado y seamos tribus. El precio a pagar fue muy caro, en caso de que sea válida tal afirmación.

De igual manera alegan los defensores del hombrecito cuyo pasado régimen cumple hoy 45 años de llegar al poder, que las muertes de valiosos jóvenes dominicanos fue el saldo inevitable y fatal de aquellos tiempos de Guerra Fría que dividió al mundo entre los “buenos” y “malos”.

También defienden sus políticas públicas de un “desarrollismo” sustentado en la construcción de presas, puentes, avenidas, multifamiliares y todo cuanto se construya con varilla y cemento, obviamente lo humano como la principal prioridad de quienes sirven a los demás desde un puesto público.

Sin embargo, como ahora, y antes cuando Trujillo, los índices de desarrollo humano en la República Dominicana continúan siendo los más bajos de la región.

La educación y la salud siguen por los suelos. Ya es proverbial nuestro desempleo, deficiencias o total inoperancia de los servicios básicos, exclusión, inequidad social y desesperanza. La bonanza repartida para unos pocos. Cerrar la brecha de la pobreza no ha sido tarea de nuestros gobernantes, todos conservadores, por demás.

Sin olvidar la corrupción y su amante la impunidad. Ahora se agregan nuevas calamidades: narcotráfico, criminalidad, etc.

Los de la acera de enfrente. El bando de los que alguna vez se definían como “los buenos”, “los liberales” han dejado mucho que desear. Han reproducido las malas artes. Realmente les falta mucho por hacer pero hacer el bien de los demás y no seguir reproduciendo la “fórmula exitosa” del bando conservador. Arando en el desierto.

Y para terminar debo decir que aquel niño obligado a ver y escuchar al hombrecito que llegó para quedarse, nunca entendió porque lo sentaron frente a la “expresión difusa” de su rostro todavía joven, tal y como lo retratara el poeta Manuel del Cabral en un texto cuyo nombre no recuerdo: algo así como un joven tímido y triste, distante, que se paseaba lentamente portando debajo de su camisa una pistola envuelta en un pañuelo de seda.