Monday, May 5, 2008


No de agua, de miel,
será la última gota de la clepsidra.
La veremos
resplandecer
y hundirse en la
tiniebla, pero en ella
estarán las

beatitudes que al
rojo Adán otorgó
Alguien o Algo..
.

Jorge Luis Borges




Frágiles como el tiempo que inexorablemente huye, medida convencional y medida abstracta del espacio temporal, la clepsidra es la representación más antigua y más familiar de la irreversibilidad del tiempo. Las clepsidras eran las compañeras preferidas de los eruditos por ser más prácticas que los relojes ígneos como la vela o la clepsidra de agua, de la que por otra parte toma el nombre: clepsidra significa robar (clepto) el agua (hydro). Ostentadas como símbolo del saber científico, eran utilizadas como instrumentos de medida del tiempo astral o del tiempo corporal. La posesión de una clepsidra era índice de estimación y de reputación pero también de autoridad y respeto. Cuando un profesor entraba en la clase se debía escuchar la arena caer en la clepsidra. Instrumento indispensable para cada hombre de Saber, la clepsidra es la compañera silenciosa y discreta que mide el tiempo de las reflexiones científicas y él de las meditaciones filosóficas. Ya en uso desde 1300, de hechura simple, según lo testimonian pinturas y frescos, es a partir del siglo XVI, cuando sus destinatarios fueron hombres de Letras y Ciencia, matemáticos y físicos, que las clepsidras alcanzaron el máximo esplendor y difusión, asumiendo formas y decoraciones cada vez más preciosas y elaboradas. De precisión absoluta, una vez regulado el inicio de la rotación en la primera hora del cuadrante solar, todas las actividades humanas diurnas eran predeterminadas y reguladas por los intervalos cadenciados por las clepsidras. Los cuartos de las campanas, las luchas, los duelos, la celebración de una boda, la asamblea de una congregación o la duración de un Concilio, todo se cronometraba con el reloj de arena.